CLARIN EDICIÓN IMPRESA
JUJUY
POR GERARDO YOUNG
Luis Condorí fue asesinado 11 días atrás cuando la agrupación “Tití Guerra”, ligada a Milagro Sala, intentó tomar por encargo un predio en Humahuaca. El crimen desnudó la complicidad policial y del gobierno jujeño en la apropiación de tierras.
Jujuy: así mataron Luis Condorí. (Por Gerardo Young)
HUMAHUACA. ENVIADO ESPECIAL - 16/09/12
Fue un suplicio: “Ayudame, Manuel”.
Después de eso El Pato empezó a desvanecerse, los ojos se le pusieron blancos, sus manos dejaron de sostener el estómago, y cayó al suelo de piedra y polvo. Su hermano Manuel, junto a otros, alcanzó a llevarlo hasta un auto. Veinte minutos después El Pato moría desangrado en el hospital de Humahuaca,sin saber que había sido asesinado por 20 lotes de tierra seca.
Así, sin más, se terminó la vida de Luis Darío Condorí, sangre colla de 28 años, padre de tres hijos, guía turístico desde la infancia, un hombre simple que tenía un sueño que debiera ser simple: tener una casa propia. Fue en el atardecer del miércoles 5. Su muerte, como revela Clarín, desnuda una feroz puja de negocios inmobiliarios con patotas avaladas por el poder político. La muerte de Luis Condorí fue el resultado de una toma de tierras por encargo, a precio vil.
Desde 2003, cuando la Quebrada de Humahuaca fue declarada Patrimonio de la Humanidad, el problema de la tierra no hizo más que agravarse: los precios de los terrenos se dispararon y ya no hay pobre que pueda aspirar a comprar uno. Debe resignarse a la ayuda estatal. O al “auxilio” paraestatal, para ser más claros. Porque en Jujuy existe un Estado casi paralelo , el que conducen Milagro Sala, la líder de la organización Tupac Amaru, y sus aliados. Es ella, de hecho, la responsable de la mayor parte de las viviendas populares que se construyeron en Humahuaca.
La versión oficial difundida por el gobernador kirchnerista Eduardo Fellner , sostiene que la muerte de Condorí es el producto de una pelea entre pobres por la falta de vivienda. Esa verdad a medias oculta la participación del Estado y el negociado que se esconde detrás del crimen. Ya le costó el puesto al intendente de Humahuaca, Roberto Lamas, que renunció el jueves 13.
Todo empezó en la mañana del miércoles 5, cuando partieron de la capital de Jujuy, rumbo a Humahuaca, unos 100 militantes de la “Tití Guerra”, una organización creada en 2008 en homenaje a Tití, un ladrón al que mataron con fuego en la cárcel de Jujuy.
La Tití Guerra fue aceptada como ONG el 21 de diciembre del 2009 por decreto del gobierno provincial -entonces a cargo de Walter Barrionuevo- y se sostiene con planes sociales o para la construcción de vivienda, en su mayoría del gobierno nacional, y con cifras que no se conocen (el senador Gerardo Morales, de la UCR, intenta sin éxito obtener las precisiones).
La Tití Guerra, que siempre integró el colectivo de organizaciones de la Tupác Amaru, llegó a Humahuaca en dos colectivos cargados de gente y banderas verdes y negras; una camioneta Ford doble cabina en la que viajaban los líderes Marco y Miguel Ángel Guerra -hermanos de Tití-; y seis autos de mediana y alta gama, como un Mercedes A 150 , todos de último modelo. En el trayecto debieron pasar por al menos dos puestos fijos de control: uno de la policía provincial -en el pueblo de León- y otro de Gendarmería, cerca del destino.
Nadie les preguntó adónde iban ni los revisaron para comprobar que iban armados.
Al llegar a Humahuaca se metieron de prepo en un predio, o más bien un pedazo de tierra pelada a la vera de la ruta, donde hay seis casitas de adobe, similares a la mayoría de las de la zona.
La intromisión no fue casual.
Horas más tarde, los intrusos, en plena retirada, dejarían pruebas de que buscaban ocupar especialmente ese terreno, porque ya tenían planos sobre cómo lotearlo (iban a construir sobre unos 300 lotes) y hasta quiénes se iban a quedar con algunos de ellos.
Según pudo reconstruir Clarín en base a documentos públicos y testimonios inéditos, el negocio se venía gestando desde hacía ya un año, cuando los empresarios Enrique Miranda y Vicente Acosta compraron -o dicen haber comprado- 70 hectáreas a uno de los herederos de esas tierras.
Acosta, que es agente inmobiliario, luego diseñó el loteo de un barrio. El problema para ellos era que parte de esas tierras están ocupadas por seis casitas de adobe. Y que el resto es tierra codiciada por los demás vecinos de Humahuaca. ¿Qué hacer entonces? Los empresarios se asociaron a la “Tití Guerra” y a su fuerza de choque. Según confirmaron a Clarín , le asignaron, como pago a cuenta, 20 terrenos a nombre de los hermanos Guerra y una hectárea para la organización.
“No era una toma, sino una ocupación pacífica de un terreno que nos pertenece”, argumentó Acosta a Clarín. Negó haberle adelantado 10 mil pesos a los hermanos Guerra, tal como surge de un documento que consiguió el abogado Luciano Rivas, querellante de la familia Condorí.
“Lo que hay acá es un “modus operandi delictivo”.
Una toma por encargo para montar un negocio”, agrega Rivas.
El negocio es grande. Según Acosta, él pagó un porcentaje de los terrenos “a cambio de una casa”. Una vez loteada, la tierra podría costar 18 millones de pesos (a unos 60 mil pesos el lote), según las estimaciones más moderadas.
“Reíte de los collas, pero no te metas con sus alforjas”, dice un refrán jujeño. Los invasores de la “Tití Guerra” no contaban con eso. Alrededor de la tierra que ocuparon hay barriadas pobres, familias que viven agolpadas en casitas diminutas, que no iban a permitir que extraños vinieran a tomar lo que ellos mismos anhelaban.
Los Condorí, por caso, eran 22, entre abuelos, padres, hijos, hermanos. Todos juntos vivían en un terreno de ocho por diez, hacinados.
Cuando la noticia de la llegada de los intrusos empezó a circular, El Pato Condorí estaba jugando a la pelota en la calle. Era fanático de Boca, un grandote que no paraba de hacer bromas, papá de Cecilia (12), Luciano (10) y Sofía (8). El Pato entró a la casa rápido, saludó a su mujer, no alcanzó a ver a sus hijos, y tardó un par de minutos en llegar al lugar del conflicto. Ya eran cientos los humahuaquenses que se habían plantado frente a la tierra tomada y arrojaban piedras contra los de banderas negras y verdes.
Sorprendidos por la reacción de los vecinos, los de la Tití decidieron abandonar el lugar y emprendieron la retirada por la ruta 9 con micros y autos. Pero por un error, o bien por la presión de la resistencia, tomaron un camino lateral, de tierra, y quedaron acorralados en un descampado. Recién allí intervino la Policía de Jujuy, la misma policía que, en julio pasado, durante una feroz represión, había matado a cuatro vecinos de otro pueblo, Libertador General San Martín, también en un conflicto por la tierra.
Esta vez fueron unos cien policías, con escudos antidisturbios . ¿Qué hicieron? Se encolumnaron frente a los de la Tití, para protegerlos. Sí, para proteger a los agresores de los agredidos. Pronto se recreó la batalla.
Fue entonces cuando Pato Condorí se expuso más de la cuenta, con el buzo amarillo que brillaba en el anochecer. Los disparos salieron claramente desde atrás de los escudos de la policía. Se hicieron con protección policial. Sonaron claros, inconfundibles entre los gritos, y uno de ellos fue a dar contra él. Cuando El Pato se tomó el estómago con las dos manos sólo le quedaban unos segundos antes de desvanecerse. El tiempo suficiente, ese infinito espacio de conciencia, para saber que se estaba yendo, que ya nunca vería a sus hijos, que ya nunca cumpliría el sueño de la casita propia. Poco le hubiera importado saber que horas más tarde los hermanos Guerra quedarían presos por su crimen. Poco le hubiera importado saber que los vecinos reaccionarían aún con más furia hasta incendiar los vehículos de los agresores y que su nombre iba a quedar para siempre abrazado a las tragedias por la tierra.
“Ayudame, Manuel”, alcanzó a decir. Después todo fue oscuridad.
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