Para LA NACION El rescate de los 33 mineros chilenos atrapados en una cueva oscura, en las entrañas de la tierra, ha concitado toda la atención, la solidaridad y la emoción mundiales. La historia tiene todos los ingredientes y el montaje de un insuperable reality show, tiene toda la espectacularidad de un guión de Hollywood, pero la razón por la que emociona colectivamente yace en un lugar más profundo. En las situaciones límite de la experiencia humana, cuando un hombre o un grupo de hombres es probado hasta sus extremos, lo que le toca vivir ya no es sentido por el resto como un destino individual, sino como un destino colectivo. La resistencia y el coraje ya no son percibidos como parte de una odisea personal, sino como parte de una odisea de la especie. Porque un hombre llevado a un extremo pone en juego al resto de la humanidad.
La muerte de cualquier hombre nos disminuye, porque somos parte de la humanidad, decía John Donne. El sentimiento inverso es lo que se juega en este caso. Y aunque, estrictamente hablando, sería ilegítimo pensar que el heroísmo individual o de algunos hombres engrandece a todos, en algún lugar secreto las cosas se sienten de esa manera. Es lo que intuyó Neil Armstrong cuando habló de su pequeño paso como hombre, que era en realidad un salto para la humanidad. Es algo colectivo lo que está siendo rescatado cuando se rescata a uno solo de esos hombres sometidos a la peor pesadilla imaginable, como es la de estar enterrados vivos.
Treinta y tres personas enterradas en una masa compacta de piedra a 700 metros de profundidad, rescatadas a través de un agujero concebido y realizado mediante un espectacular esfuerzo técnico, es sentido también como un pequeño triunfo del hombre contra sus límites. Porque éstos son desafíos que empujan los límites de lo posible. Son desafíos que expanden los umbrales y nos muestran lo que somos capaces de hacer cuando dirigimos toda nuestra voluntad hacia algo y, sobre todo, cuando la gente coopera en conjunto. La salida de los mineros a la luz habrá sido un triunfo del trabajo en equipo, en el que habrán debido apoyarse mutuamente, y en el que habrán logrado alinear el interés de cada uno con el interés del conjunto.
Habrán creado una familia bajo tierra tan poderosa como la que los espera afuera. Y habremos presenciado un nacimiento: 2000 periodistas y más de 200 medios de comunicación aguardan en esa improvisada sala de parto en que se han convertido el desierto y la montaña. Los 33 hombres fueron alimentados en el vientre de la tierra por un cordón umbilical venido desde la superficie. Hasta las imágenes que se veían de ellos eran similares a las ecografías, en las que se adivinan lejanamente los rasgos de un rostro y se siente la inminencia del paso hacia otra vida.
Conmueven también las historias en que predominan la peripecia, el cambio extremo y súbito de fortuna en poco tiempo. Todos nos sentimos expuestos y atraídos por los golpes de dados de la existencia, en la cual las vidas pueden cambiar de un segundo al otro, en una u otra dirección.
La emoción del año
Los primeros días, cuando se derrumbó la mina sobre las cabezas de los mineros, fueron dados por muertos. Pero aquel "Estamos bien en el refugio los 33" habrá sido la emoción del año. Estaban muertos, y si todo sale bien, saldrán vivos. Descendieron anónimos y saldrán célebres. De la oscuridad absoluta pasarán a estar cegados por algo más, probablemente, que la luz del sol.
Pero conmueve también otra cosa, tal vez más relevante que todo lo anterior. Y es que por unas semanas, por un par de meses, las prioridades del hombre se invirtieron y recuperaron su lugar.
Ya no eran un grupo de humildes mineros trabajando para las grúas, para dar el máximo rédito a la mina, para encontrar en condiciones de escasa seguridad una materia deseada que valía más que ellos. De golpe todo adquirió un rostro distinto: las inmensas grúas, las orugas que van y vienen, los inmensos recursos invertidos no trabajaban ya para sacar oro, plata o cobre. Trabajaban para sacar a 33 personas del centro de la tierra, para salvar las vidas de 33 hombres que se cuentan entre los más humildes del planeta. Sin reparar en gastos, se invirtieron todos los recursos necesarios para dotar de seguridad el rescate, y se abrieron varios caminos alternativos de salvación, por si alguno fallaba.
Por un corto tiempo, los mineros pasaron a ser pensados como fines en sí mismos. Y las cosas cayeron nuevamente en su lugar.
Sucede como si las experiencias extremas fueran necesarias, cada tanto, para que los seres humanos sean nuevamente percibidos dentro de una escala total. Mientras estas líneas se escriben un minero era izado a la superficie. Pero esto es lo otro que se habrá rescatado, junto con los mineros. Lo sucedido es una muestra de lo que puede la voluntad cuando se propone priorizar la vida ajena. Por poco que pensemos, todas las vidas tienen igual valor, y millones de ellas se pierden por razones evitables en la superficie misma de la tierra. ¿Habrá que percibir que son también situaciones extremas, para poner todos los recursos y energías en su rescate?
Tal vez haya prioridades enterradas también a 700 metros de profundidad que mandan cada tanto, como en esta fecha, señales de estar vivas.
Enrique Valiente Noailles
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