lunes, 9 de agosto de 2010

Convenio de Washington para intentar proteger la fauna y la flora de nuestro Planeta:



El convenio de Washington
Es un instrumento de control internacional del comercio de fauna y flora
Conociendo ya las dramáticas consecuencias que a distintos niveles puede acarrear el tráfico de especies, puede plantearse la pregunta: ¿Existe algún tipo de control que regule este comercio?

En 1960, durante la celebración de la 7ª Asamblea General de la UICN (Unión Mundial para la Naturaleza) se comenzaron a discutir estos asuntos y se pidió a los gobiernos que limitaran la importación de animales a lo reglamentariamente establecido. En 1963 la UICN hizo circular una resolución según la cual se pedía la creación de un convenio para regular la exportación, importación o tránsito de especies raras. Durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente Humano, celebrada en Estocolmo en 1972, se adoptó una recomendación según la cual 88 países discutirían un borrador de convenio al año siguiente en Washington. Así, el 3 de marzo de 1973 se firmó el Convenio de Washington, más conocido por sus siglas inglesas CITES, entrando en vigor con la décima ratificación el 1 de julio de 1975.
Actualmente, más de 150 países forman parte de este acuerdo internacional, cuyo fin primordial es la conservación de miles de especies de fauna y flora mundiales mediante la regulación de su comercio.

La puesta en práctica del CITES es responsabilidad directa de los países firmantes, quienes deben mandar periódicamente a la Secretaría CITES con sede en Ginebra, Suiza, la relación de importaciones y exportaciones de especímenes incluidos en el CITES, para los cuales se exigen unos certificados especiales. El Convenio de Washington incluye un texto legal por el que se deben regir los países firmantes y una serie de apéndices donde se encuentran las especies reguladas por el Convenio:

Apéndice I
Incluye todas las especies en peligro de extinción que están o pueden verse afectadas por el comercio y que deben tener una regulación especialmente estricta con el fin de no poner en mayor peligro su supervivencia (primates, cetáceos, panda gigante, elefantes, guacamayos, rapaces, cocodrilos...) El comercio con estas especies está prohibido, salvo excepcionales circunstancias.

Apéndice II
Recoge a las especies que, si bien en la actualidad no se encuentran en peligro de extinción, podrían llegar a esta situación a menos que se regule estrictamente su comercio. También incluye otras especies no afectadas por el comercio pero son similares, con el fin de promover un control más eficaz (todos los primates, focas, 300 especies de reptiles, algunas ranas, todos los psitaciformes, mariposas, corales, cactus, orquídeas...)

Apéndice III
Incluye especies sometidas a reglamentación dentro de la jurisdicción de un país y cuya explotación no se puede prevenir o limitar sin la cooperación de otros países.
El CITES establece un sistema de obtención de permisos de exportación para el país de origen y de importación para el de destino, así como la extensión de certificados para las excepciones previstas en el Convenio. Cada país debe nombrar una serie de autoridades y tomar medidas internas encaminadas a garantizar el cumplimiento del CITES, como sancionar el comercio y/o posesión de especímenes, confiscar los individuos que estén de forma ilegal o facilitar el depósito de los especímenes incautados en centros concretos (lo que el Convenio denomina "Centro de Rescate")
Sin embargo, es a este nivel donde la mayoría de los países no han desarrollado su propia legislación, lo que está disminuyendo notablemente la eficacia en la aplicación de un convenio que, por sí mismo, no puede frenar decisivamente el tráfico de especies.

Sólo 1 de cada 5 países han legislado en mayor o menor medida en esta materia, por lo que la falta de normas nacionales se ha constituido en el auténtico problema, haciendo del tráfico de especies el más impune y menos arriesgado de todos.
Miguel A. Valladares
Director de Comunicación de WWF/Adena

DERECHOS DE LOS ANIMALES

Volvemos al tema de los animales y sus derechos, aunque puede que alguien piense que somos un poquito pesados, pero hay mucho todavía por conseguir.


Hace tiempo escuché en la radio un comentario sobre el español que se encuentra en el corredor de la muerte, en una prisión de Miami. De acuerdo con todo lo que se decía, que uno de los países aparentemente más civilizados del mundo condenara a tantos presos aplicando aún la pena de muerte, me pareció de lo más acertado. Todo, hasta que el presentador del espacio, al oír un anuncio previo sobre los derechos de los animales, añadió que cómo tanto derecho de los animales, ¿y de las personas qué?
Quizá fuese una reacción de niño pequeño, pero no pude evitar apagar la radio y dejar de escuchar ese programa. ¿Es que tenía algo que ver un hecho con el otro? ¿El hacer algo mal nos disculpa de algo también mal, aunque inferior a nuestro criterio? ¿Para qué cambiar la crueldad existente con los animales, si tampoco se respetan los derechos humanos? Es lo que parece ser, se pregunta mucha gente.

¿La hambruna en el tercer mundo nos da derecho a no cambiar la situación de los animales en nuestro propio entorno?
Cuántas veces he podido oír todo esto. Quizá más por tener animales en casa, perros y gatos ocupando el mismo espacio que nosotros (divertidísimo por cierto, sobre todo a quien le guste estudiar la conducta de los animales) El comentario más usual y en esto coincido con muchos más propietarios de animales (supongo que más de una sonrisa de complicidad entre los lectores de este artículo) es el cómo estar manteniendo perros o gatos habiendo tanto hambre y necesidad en el mundo...
No quisiera entrar en la controversia sobre lo que está bien y lo que está mal, allá cada uno con su propia conciencia, pero miles de animales son sacrificados todos los días en condiciones de extrema crueldad para nuestro beneficio, no limitándonos sólo a cubrir nuestras necesidades alimenticias, necesitando también del recreo que nos produce ver el sufrimiento de animales en festejos, corridas, ferias, cacerías, monterías... ¿Qué tiene todo esto de festivo, de arte o de entretenimiento...? Hay gente que hasta lo llama cultura, y tradición... ¿No lo era también la guillotina en el siglo XVIII?

Hace poco se celebraban las fiestas populares en... y tuve que soportar oír cómo el tirar una cabra por un campanario es tradición. Las tradiciones no nos dejan evolucionar, debemos mirar adelante y no quedar estancados en insensatas tradiciones en las que lejos de tener una aportación cultural sólo existe atrocidad y barbarie. No quiero dejar este tema sin comentar también que, como no, tuvo que salir el juicio popular de ¿para qué preocuparse de una "puñetera" cabra con las necesidades que hay en el mundo?

Para solucionar los problemas del tercer mundo se necesita de la cooperación y la voluntad de todos los países industrializados, los que llamamos de "primer mundo" aunque a veces suene esto también incongruente. Se necesita de una voluntad conjunta, una administración y una explotación de los recursos adecuada, es decir, que aunque todos debamos contribuir y apoyar la causa, es cometido de los gobiernos solucionar un problema de tal magnitud. Pero para cambiar que una pobre cabra no sufra de la crueldad de un festejo necesitamos que un pequeño pueblo recapacite sobre sus actos. ¿Es comparable? ¿No está en nuestras manos el poder cambiarlo? ¿Estamos acaso callando nuestra conciencia con problemas mayores?

Volviendo al hambre en el Tercer Mundo, sinceramente, pienso que nosotros en el primero, consumimos el doble de lo que necesitamos. Con el aporte energético de un filete de vaca se alimentarían al menos dos personas, aparte de más saludablemente, con cereales y otros sustentos menos costosos e igual de nutritivos. Y ya entrando de lleno en la explotación del ganado para el consumo, miles de animales se encuentran hacinados en granjas, sin saber si quiera lo que es un rayo de Sol. Y ya que somos tan egoístas, ¿por qué no recapacitar un poco sobre las consecuencias en nosotros mismos? Al fin y al cabo parece que es lo único que nos importa.
Terminamos ingiriendo la carne de un animal estresado, con un estado de ansiedad y tensión enorme, transportado en estrechos camiones con cientos más, golpeado y magullado, esto cuando además no está hormonado y criado con piensos poco acordes con su alimentación natural. Por poner un ejemplo, no muy perdido en el tiempo, los pollos belgas. No quiero extenderme pero existen muchos más casos como el de las vacas locas británicas. Su enfermedad nerviosa procedía del pienso de origen animal que consumían. En el colegio nos enseñaban la diferencia entre animales carnívoros y herbívoros, no todos debimos asistir a clase ese día... Pero no está sirviendo de ejemplo, seguimos manipulando el ganado y nosotros seremos los primeros perjudicados.
Aunque esta sea una razón plenamente egoísta como he dicho antes, serviría para mejorar la situación del animal nacido para el consumo (se me ponen los pelos de punta sólo de pensar que así es)

No todos los animales nacen para el consumo, otros nacen con fines mucho más banales y superfluos como pueda ser la peletería o la industria del cosmético y la farmacia. ¿Tanto frío hace como para no poder utilizar buenos abrigos de lana? ¿Es acaso presunción? ¿No es en este caso cuando nos tendría que venir a la cabeza la miseria y pobreza que hay en el tercer mundo?

Tampoco nos damos cuenta del daño que causamos al ecosistema, la desaparición de tantas especies, y el cambio en el hábitat tampoco nos beneficia.
Es curioso que hayamos sido la última especie en llegar y que al paso que vamos seamos la última especie en desaparecer, ya que cuando esto ocurra solo nos quedará la roca esférica que nos pasea por el universo.

Nota: es la primera vez que escribo algo así y me gusta ser contundente porque parece ser que es lo único que nos hace reaccionar. Pero tengo confianza en el hombre y su aprendizaje, en todas las organizaciones que se han creado sin ningún fin y luchan por los derechos (de todo en general) y en el tiempo, que como siempre, termina dando la razón a lo sabio y a lo justo, aunque para ello haya que esperar mucho tiempo.
Apap Alcala

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