lunes, 9 de agosto de 2010

Distintas Fases de un Activista defensor de los Derechos de los Animales:



Los activistas y defensores de los derechos de los animales suelen ser personas con un corazón enorme que pasan por un proceso con diferentes fases.

Aquellos que trabajan para los animales y los que dedicamos la vida a ellos, atravesamos cuatro fases durante la evolución de nuestras carreras. Como nosotros somos únicos, nuestras historias también lo son, pero todos pasamos por el mismo proceso, y, si sobrevivimos a ese proceso, habremos logrado entender que hemos alcanzado lo que deseamos en el primer lugar.

Fase 1
Extasiados y con muchas ganas de empezar, buscamos cambiar el mundo. Estamos encantados con la vida. Sabemos que podemos marcar la diferencia, que nuestros esfuerzos a favor de los animales calmarán su grave situación. Trabajamos lo que parecen ser 25 horas al día y aún así seguimos con energía. Nuestro entusiasmo es desbordante, nuestra capacidad para los desafíos no tiene límites. Comemos, dormimos y vivimos para la causa de los animales. Los amigos no entienden nuestra obsesión y por eso se alejan o simplemente se desvanecen; de la misma forma nosotros nos apartamos de ellos para hacer nuevos amigos. Sin embargo, algunos de nosotros no logran hacerlo, estamos demasiado ocupados trabajando para los animales.
Algunos nos volvemos solitarios, teniendo como compañía solamente a nuestros perros o gatos y esto nos permite mantenernos completamente aislados de todo, pero estamos contentos de todas maneras, ya que tenemos una causa. En nuestro celo, tendemos a dar soluciones simples a problemas complejos, se debería esterilizar a todo animal o a ninguno se le debería aplicar eutanasia. A menudo nos retrasamos por tratar de rescatar a animales de las carreteras y calles. Creemos entender el problema y sabemos que podemos solucionarlo si tan solo la gente no se inmiscuyera.

Fase 2
El entusiasmo que vivimos durante la fase uno se ha vuelto amargo, la burbuja se deshace, así nos estrellamos y nos quemamos. Vemos la misma gente de siempre entrar al refugio con otros animalitos recién nacidos -no han escuchado nuestro mensaje-. Seguimos aplicando la eutanasia, parece un cuento de nunca acabar. Incluso nuestros amigos -aquellos a quienes aún no dejamos- no nos entienden. Parece que no supimos transmitir nuestro mensaje.
Todavía se abusa y se descuidan a los animales; esta grave situación parece que nunca va a cambiar, a pesar de todos nuestros esfuerzos. Hemos perdido aquella energía sin límites que caracterizaba la Fase Uno.
Ya no deseamos seguir hablando del trabajo, ni siquiera queremos admitir donde trabajamos. Después del trabajo nos vamos a nuestras casas, cerramos la puerta, apagamos las luces, desenchufamos la contestadora y cerramos las cortinas. Estamos demasiado exhaustos para cocinar, así que engullimos comida rápida, pizza, papas fritas o chocolates.
Algunos compramos objetos inútiles que no podemos permitirnos. Algunos nos volvemos alcohólicos para callar los sentimientos de desesperanza. Ignoramos a nuestras familias e incluso nuestras mascotas tienen menos atención de la que se merecen. Parece que no tenemos el poder para influir en los cambios que nos condujeron a este éxtasis de dedicación durante la Fase Uno. Hasta hemos llegado a horrorizarnos por el trabajo que tenemos que hacer. Incluso nuestros sueños están llenos de horror.
Cada animal que recogemos, cada animal al que le aplicamos eutanasia representa otro paso hacia nuestro fracaso. De alguna manera nos culpamos por todos nuestros errores y eso nos está destruyendo. ¡Levanta los escudos Scotty, los Klingons nos están persiguiendo! Nuestra coraza se vuelve cada vez más efectiva. Detiene el dolor y la tristeza y permite que nuestra vida sea por lo menos tolerable. Seguimos con esto porque de vez en cuando tomamos una pizca de energía de la Fase Uno.

Fase 3
La depresión típica de la Fase Dos se exterioriza y estamos ahora enojados, muy enojados. La desesperanza se torna en ira. Comenzamos a odiar a la gente, al menos a casi todas las personas, salvo a aquellas que, como nuestros compañeros de trabajo, dedican sus vidas a los animales tal como nosotros lo hacemos. Incluso odiamos a nuestros compañeros de trabajo si estos se atreven a cuestionarnos - especialmente en cuanto a la eutanasia-. Se nos ocurre la idea de aplicar eutanasia a los dueños, no a las mascotas. Mejor que eso, tomemos a los que abusan y entregan a los animales y apliquémosles a ellos la eutanasia.
Nuestra rabia se extiende a nuestra vida cotidiana. Aquel hombre que está enfrente de nosotros en la carretera, el que se cruza en nuestro camino, apliquémosle eutanasia también a él. Estamos furiosos con los políticos, con la televisión, con los periódicos y con nuestra familia. Todos son blanco de nuestra rabia, desprecio y burla. Hemos perdido la perspectiva y eficiencia.
No somos capaces de conectarnos con la vida. Incluso los animales con los que nos conectamos parecen de alguna manera distantes e irreales. La rabia es el único puente a nuestra humanidad. Es lo único que puede atravesar nuestra coraza.

Fase 4
La depresión de la Fase Dos y la rabia de la Fase Tres se reemplazan, gradualmente y con el correr del tiempo, por una nueva determinación y entendimiento de lo que es realmente nuestra misión. Empezamos a entender la situación completa. Nos damos cuenta de que hemos sido eficientes localmente y en algunos casos a nivel regional y nacional. Pero no hemos resuelto el problema -quién podría- aún así hemos marcado la diferencia para docenas, incluso cientos y a veces para miles de animales. Hemos cambiado la percepción de algunos sobre los animales.
Comenzamos a ver nuestro espacio dentro de nuestra propia comunidad y empezamos a ver que somos más eficientes cuando separamos nuestro trabajo y nuestras vidas fuera del trabajo. Nos damos cuenta de que aquel trabajo no es todo nuestro mundo y que, si prestamos atención a nuestras vidas personales, podemos ser más eficientes en el trabajo. Entendemos que algunos días trabajamos 14 horas y otros nos vamos después de haber trabajado 8 horas. Tomamos vacaciones y disfrutamos los fines de semana. Volvemos despejados y listos para aceptar nuevos desafíos. Nos damos cuenta de que no toda la gente es mala. Entendemos que la ignorancia es natural y en la mayoría de los casos curable. Sí, la verdad es que hay gente que abusa y abandona a los animales, pero es la minoría. No los odiamos.
Cuando encontramos a estas personas hacemos todo lo que está a nuestro alcance por detener que lastimen a los animales. Reconocemos que las soluciones son tan complejas como los problemas y que traen a la mano una gran cantidad de herramientas para resolver el problema, por lo tanto, las utilizamos lo mejor que podamos y es así que comenzamos a ver los resultados -un paso a la vez-. Nos reconectamos con los animales. Nuestras corazas se debilitan. Sabemos que la tristeza y el dolor son parte de nuestro trabajo. Ya no paralizamos nuestros sentimientos con drogas, comida y aislamiento. Comenzamos a entender que conllevamos mejor los sentimientos de rabia, depresión y tristeza si los reconocemos y si no les permitimos afectarnos. Reconocemos el increíble potencial que tenemos para ayudar a los animales.
Estamos cambiando el mundo.
Douglas Fakkema

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