Álvaro Múnera, 'El Pilarico', de matador de toros a protector de los animales. Quedó parapléjico y jamás pudo volver a caminar.
21 de noviembre de 2011 a la(s) 13:12
Es colombiano, tenía 18 años y en España lo llamaban El Pilarico. Completó 22 corridas y estaba cerca de su consagración como torero, cuando un toro (paradójicamente llamado Terciopelo) lo enganchó por la pierna izquierda y lo lanzó por los aires, lo que le provocó fractura de la quinta vértebra cervical con lesión medular completa acompañada de trauma craneoencefálico y un diagnóstico contundente: No podía volver a caminar.
Es colombiano, tenía 18 años y en España lo llamaban El Pilarico. Completó 22 corridas y estaba cerca de su consagración como torero, cuando un toro (paradójicamente llamado Terciopelo) lo enganchó por la pierna izquierda y lo lanzó por los aires, lo que le provocó fractura de la quinta vértebra cervical con lesión medular completa acompañada de trauma craneoencefálico y un diagnóstico contundente: No podía volver a caminar.
El tiempo transcurrió, y hoy, a partir de ciertos factores que determinaron su transición, Álvaro Múnera se ha convertido en un defensor activo para acabar con la tortura a los animales, a través de la Organización Fuerza Anticrueldad Unida por la Naturaleza de los Animales (Fauna), que contiene a varias asociaciones contra el maltrato animal y apuesta por la vida; la no crueldad y el no sufrimiento de ninguna especie. “El equivocado era yo... y reconocer mi error fue el mayor acto de valor que he tenido como ser humano”, dice el también concejal de la ciudad de Medellín, Colombia.
Designio de Dios...
Hubo varios momentos críticos en su carrera taurina donde Múnera vio tanta crueldad que estaba por dejarlo: “Cuando maté una vaquilla en estado de gestación, me tocó ver como sacaban el feto de su vientre; cuando pegué cuatro o cinco espadazos a un toro que sufrió una agonía terrible. Los anteriores fueron dos llamados que no atendí.... vino el tercero, y entonces me tocó aprender con dolor lo que pude haber entendido por la razón. Ya Dios dijo ‘si es que no quiere comprender por la razón va a hacerlo ahora por otro método’ y ahí si aprendí muy bien la lección”, comenta.
Entonces entendió, dice, que Dios le había dado dos oportunidades y que no las había tomado, “y como la tercera es la vencida, tomó la decisión de que yo aprendiera por el dolor. Pudo más la seducción de quienes me halagaban y prometían esta vida y la otra en los toros”.
Cambio de vida...
Ahora agradece estar con vida porque la embestida fue brutal. Hubo dos toreros a quienes les pasó lo mismo, Julio Robles y Limeño II, “que todo indica no pudieron con la carga y se suicidaron”.
Luego de cuatro meses en el Hospital de parapléjicos de Toledo, Múnera fue trasladado al Jackson Memorial Hospital de Miami, en donde vivió cuatro años alternando su rehabilitación con estudios de teosofía. Durante esos años, en ocasiones fue considerado un delincuente por el maltrato a los toros, pues en países como Estados Unidos, no es bien visto disfrutar del dolor de un animal. A partir de este momento se convirtió en defensor de animales.
Lucha desde el Concejo...
En 1997, Múnera llegó al Concejo de Medellín por un movimiento cívico liderado por gente con discapacidad, luego trabajó a favor de los animales y dice que a través de él “tendrán voz y voto”.
En entrevista para KIOSCO, comenta que comenzó a asistir a los toros a la edad de cuatro años, junto con su padre, un apasionado de la fiesta brava. En su casa el tema era recurrente, era lo que se respiraba, “allá no se hablaba de fútbol y de esas cosas, solamente de toros”.
A los 12 años, cuando estaba en segundo de bachillerato, decidió ser torero e inició su carrera como becerrista.
Después del accidente, su padre continuó asistiendo a las corridas por un tiempo hasta que leyó un artículo de prensa escrito por Múnera, titulado “He visto toros llorar” y dejó de ser taurino en solidaridad con su hijo.
“No creo que en aquella época de equivocadas decisiones, cuando hice parte del mundo taurino, estuviese mentalmente enfermo, pero de lo que estoy absolutamente convencido es que sí era el lógico engendro de una ignorancia tenebrosa”, dice Múnera en dicho artículo.
La realidad de la mal llamada “fiesta” es clavar, clavar y enterrar hasta matar, cuanto elemento corto punzante se tenga a la mano en el cuerpo del inocente animal, tan sensible al miedo y al dolor como usted, como su perro o como yo, dice.
Una cosa es mirar los toros desde la barrera, obvio, dice, si hasta allí no llegan los puyazos, la tortura y la muerte, “es mejor beber manzanilla y gritar ¡Olé!, que vomitar sangre a bocanadas con una espada incrustada en los pulmones, no es necesario tener mínimas nociones de anatomía para entender que todo ser viviente con un sistema nervioso central sufre cuando le hieren, basta aplicar la máxima cristiana ‘no hagas a otros lo que no quisieras que te hicieran a ti’”.
La silla de ruedas como oportunidad...
Álvaro es un hombre casado, tiene una hija adoptada y no acepta el término “discapacitado”, ya que, dice, se dedica a construir y a luchar por la vida. “Discapacitados son los que andan por el mundo pensando que se puede matar y maltratar y además se divierten con ello”.
Se describe como un espíritu en tránsito que pretende salir mejor de este mundo que como entró; un hombre que lucha por reparar sus crímenes y que, asegura, trabajará siempre por defender el derecho de todo ser vivo a no ser maltratado. “Trabajar por el derecho que tiene todo ser vivo a no ser torturado es un deber que tengo con Dios y con la vida”.
Su silla de ruedas es para él un instrumento para evolucionar, para mitigar el dolor ajeno en contraste con aquellos que se dedican a atesorar bienes materiales a costa del sufrimiento de otros.
“Más que un castigo, la silla de ruedas ha sido una bendición en mi vida, porque yo nunca había estado en contacto con el dolor humano, la embestida no fue el punto de llegada, sino de partida. Ese toro me puso en el camino, pero fue el proceso personal en soledad lo que me hizo reflexionar”, asegura.
Designio de Dios...
Hubo varios momentos críticos en su carrera taurina donde Múnera vio tanta crueldad que estaba por dejarlo: “Cuando maté una vaquilla en estado de gestación, me tocó ver como sacaban el feto de su vientre; cuando pegué cuatro o cinco espadazos a un toro que sufrió una agonía terrible. Los anteriores fueron dos llamados que no atendí.... vino el tercero, y entonces me tocó aprender con dolor lo que pude haber entendido por la razón. Ya Dios dijo ‘si es que no quiere comprender por la razón va a hacerlo ahora por otro método’ y ahí si aprendí muy bien la lección”, comenta.
Entonces entendió, dice, que Dios le había dado dos oportunidades y que no las había tomado, “y como la tercera es la vencida, tomó la decisión de que yo aprendiera por el dolor. Pudo más la seducción de quienes me halagaban y prometían esta vida y la otra en los toros”.
Cambio de vida...
Ahora agradece estar con vida porque la embestida fue brutal. Hubo dos toreros a quienes les pasó lo mismo, Julio Robles y Limeño II, “que todo indica no pudieron con la carga y se suicidaron”.
Luego de cuatro meses en el Hospital de parapléjicos de Toledo, Múnera fue trasladado al Jackson Memorial Hospital de Miami, en donde vivió cuatro años alternando su rehabilitación con estudios de teosofía. Durante esos años, en ocasiones fue considerado un delincuente por el maltrato a los toros, pues en países como Estados Unidos, no es bien visto disfrutar del dolor de un animal. A partir de este momento se convirtió en defensor de animales.
Lucha desde el Concejo...
En 1997, Múnera llegó al Concejo de Medellín por un movimiento cívico liderado por gente con discapacidad, luego trabajó a favor de los animales y dice que a través de él “tendrán voz y voto”.
En entrevista para KIOSCO, comenta que comenzó a asistir a los toros a la edad de cuatro años, junto con su padre, un apasionado de la fiesta brava. En su casa el tema era recurrente, era lo que se respiraba, “allá no se hablaba de fútbol y de esas cosas, solamente de toros”.
A los 12 años, cuando estaba en segundo de bachillerato, decidió ser torero e inició su carrera como becerrista.
Después del accidente, su padre continuó asistiendo a las corridas por un tiempo hasta que leyó un artículo de prensa escrito por Múnera, titulado “He visto toros llorar” y dejó de ser taurino en solidaridad con su hijo.
“No creo que en aquella época de equivocadas decisiones, cuando hice parte del mundo taurino, estuviese mentalmente enfermo, pero de lo que estoy absolutamente convencido es que sí era el lógico engendro de una ignorancia tenebrosa”, dice Múnera en dicho artículo.
La realidad de la mal llamada “fiesta” es clavar, clavar y enterrar hasta matar, cuanto elemento corto punzante se tenga a la mano en el cuerpo del inocente animal, tan sensible al miedo y al dolor como usted, como su perro o como yo, dice.
Una cosa es mirar los toros desde la barrera, obvio, dice, si hasta allí no llegan los puyazos, la tortura y la muerte, “es mejor beber manzanilla y gritar ¡Olé!, que vomitar sangre a bocanadas con una espada incrustada en los pulmones, no es necesario tener mínimas nociones de anatomía para entender que todo ser viviente con un sistema nervioso central sufre cuando le hieren, basta aplicar la máxima cristiana ‘no hagas a otros lo que no quisieras que te hicieran a ti’”.
La silla de ruedas como oportunidad...
Álvaro es un hombre casado, tiene una hija adoptada y no acepta el término “discapacitado”, ya que, dice, se dedica a construir y a luchar por la vida. “Discapacitados son los que andan por el mundo pensando que se puede matar y maltratar y además se divierten con ello”.
Se describe como un espíritu en tránsito que pretende salir mejor de este mundo que como entró; un hombre que lucha por reparar sus crímenes y que, asegura, trabajará siempre por defender el derecho de todo ser vivo a no ser maltratado. “Trabajar por el derecho que tiene todo ser vivo a no ser torturado es un deber que tengo con Dios y con la vida”.
Su silla de ruedas es para él un instrumento para evolucionar, para mitigar el dolor ajeno en contraste con aquellos que se dedican a atesorar bienes materiales a costa del sufrimiento de otros.
“Más que un castigo, la silla de ruedas ha sido una bendición en mi vida, porque yo nunca había estado en contacto con el dolor humano, la embestida no fue el punto de llegada, sino de partida. Ese toro me puso en el camino, pero fue el proceso personal en soledad lo que me hizo reflexionar”, asegura.
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