Por Loreley Gaffoglio | LA NACION
Domingo 29 de abril de 2012 | Publicado en edición impresa
Pilar Sordo viajó a Buenos Aires para presentarse esta noche en la Feria del Libro. Foto: Ignacio Colo 'Los grandes aprendizajes vitales ocurren después de haber sufrido. Y, si bien el dolor es inevitable, cuando lo transitamos con toda la rabia, la pena o la impotencia que trae, transforma. No se trata de vencerlo, sino de aprender a caminar con él y, a la vez, asumir con valentía la obligación de ser felices.'
Sobre este concepto, la psicóloga chilena Pilar Sordo cimentó su último libro, Bienvenido dolor(Planeta), en el que postula que el sufrimiento, a diferencia del dolor, es una elección que depende enteramente de las personas. Actitud, desapego, perdón, agradecimiento y fuerza de voluntad son las 'estrategias' que explora para enfrentar duelos y pérdidas, enfermedades y decepciones. Se trata, dice, de desarrollar una 'inteligencia espiritual', un estadío superior del alma al de la inteligencia emocional, enfocada en soltar y manejar las emociones.
La gran popularidad de Sordo, con cuatro de sus cinco libros firmes desde hace meses entre los más leídos, estalló dos años atrás en la Web: fue a partir de una conferencia suya en YouTube sobre las diferencias de género, dictada en la Universidad de Valdivia.
Recién llegada la país para su presentación de hoy, a las 20.30, en la Feria del Libro, afirmó frente a LA NACION: 'Lo importante no es tanto lo que nos pasa, ya que no hay nada más común y humano que el dolor, sino cómo enfrentamos -y qué hacemos-con eso que nos pasa'. Actualmente, Sordo, de 46 años, indaga en la necesidad humana de silencio -'en el futuro la gente pagará por él'- a la vez que investiga la vejez con todas sus resistencias.
-¿Por qué ubica a la felicidad como un deber moral?
-Porque si no la asumimos como tal, tenemos mil excusas para no alcanzarla y aferrarnos a lo que nos aflige. Las personas felices no son aquellas que no tienen problemas. Son las que decidieron levantarse hoy con una sonrisa inmensa en los labios y una pena gigante en el alma. Esto refleja más una actitud que una realidad concreta. Elegir disfrutar el presente es la única conciencia de felicidad que puedo alcanzar. No puedo controlar nada más. Cuando todo el mundo siente que tiene la obligación de dar lo mejor de sí, construye una mejor sociedad.
-¿Qué valor le da al dolor?
-Es algo inevitable y va a ocurrir igual. Pero quien se arriesga a abrir esa encomienda, aprende. ¿Qué cosas? La valoración del presente, la capacidad para agradecer, se aprende a tener una escala de prioridades distinta y actuar en consecuencia. La vida se ordena. Aunque también se puede aprender desde la felicidad. De hecho, es difícil tomar la decisión de ser feliz si uno no ha sufrido. Pero lo que trae dolor es un misterio que al inicio uno no logra descifrar. Ese misterio se vincula a preguntas interiores. Al aumentar el espacio de preguntas, surge una invitación al crecimiento. Hay un sentido transformador a descubrir. Porque, si no, uno no sólo la pasa mal, sino que no entendió nada de la vida.
-¿Cómo se sana?
-No se sana. Las penas grandes no se superan, y muchas veces se reactivan y hay que caminar con ellas. Y en ese transitar hay días buenos y malos. Pretender más que eso es darle al ser humano una omnipotencia que no tiene o anhelar un ideal que no existe. No por el sólo hecho de que el tiempo transcurra los dolores, que siempre deben ser respetados y escuchados, decantan. Pero elegir ser feliz es un esfuerzo. Las maratones, por ejemplo, muestran la necesidad del ser humano de hacer algo que cueste, de probar los límites en relación a la capacidad de resistencia. Siempre lo que más se disfruta en la vida es lo que más nos ha costado.
-Afirma que el apego es la mayor causa de sufrimiento humano?
-Sí, con las tendencias posesivas, se sufre más. Uno nace y muere solo y debe aceptar las partidas y las pérdidas, aunque nunca se esté preparado para ellas. Esa habilidad se desarrolla en el camino, macerando que quien se fue, siempre algo nos dejó. Y cuando uno entiende que nada es nuestro y que el amor superior se antepone a uno, se es capaz de soltar a pesar del desgarro. Es un salto de evolución. Creer, por ejemplo, que nuestros hijos siempre nos van a sobrevivir, es esperar de la vida una linealidad que no tiene. Nuestras seguridades no pueden estar puestas fuera de nosotros.
-¿No se les está exigiendo a las personas una sabiduría irreal en la práctica?
-Todo cuesta un enorme esfuerzo. Yo estoy pasando por un trance personal muy doloroso ahora, pero tengo la obligación de trascender la etapa más primitiva de la rabia, el rencor o el dolor para poder soltar, aprender, y seguir mi camino. Cuanto más rápido aprenda lo que esta lección tiene para darme, más rápido la vida dejará de 'molestarme', aunque respeto mis tiempos. La inteligencia espiritual enseña que la gente que es más feliz es la que le encuentra sentido a lo que hace y a lo que le pasa.
-¿Todo se puede perdonar?
-Creo que sí. El perdón es un acto egoísta. Es un regalo de liberación, que me hago a mí, para sacarme de encima la sensación de daño. Después, podrá o no beneficiar a otro, que ya no forme parte de mi mundo emocional. Pero la rabia y los rencores son las mayores expresiones de la falta de libertad humana.
-Pensaba en los familiares de víctimas de la inseguridad.
-Ahí el proceso de perdón que hay que hacer requiere de un corazón muy generoso y, además, muy superior para poder visualizar el suceso en un contexto más amplio. La finalidad es no quedarse eternamente en el por qué sino en el para qué .
-¿No es la suya una mirada demasiado benévola o idealista?
-No, me parece que es mucho más difícil lo que yo planteo, que es raspar el alma de verdad para sentir que uno tiene capacidad de evolución. Y, desde ese raspaje que duele y sangra, ver cómo uno trabaja sobre eso. Pacientes con cáncer y sus familiares, que trabajaron conmigo en esta investigación, lo hacen. Nadie dice que sea fácil. Y muchas veces se nos va la vida en ese intento. Pero vale la pena el esfuerzo. Los seres humanos hablamos mucho mejor de nosotros mismos cuando somos capaces de batallar contra nuestros propios monstruos, que cuando cedemos a ellos.
-El lugar de 'gurú' que le atribuye el público, ¿no es justamente lo contrario de lo que postula la psicología?
-Yo no me coloco ni en docta ni en sabia y hasta muestro mis vulnerabilidades. Siento que no sé nada y por eso cualquier persona o experiencia me enseña. Lo que trasmito es sólo lo que humildemente aprendí a partir de investigaciones rigurosas en lo metodológico, que yo misma financio sin urgencias, y que se nutren de múltiples miradas. No parto de ninguna hipótesis. Me permito abrir un tema sin prejuicios, sin saber qué saldrá. Yo estoy lejos de abrazar la sabiduría, pero en lo que investigo, intento ver cuál es el camino de los más evolucionados.
-¿No hay una excesiva simplificación en sus libros, cuando la realidad y los mecanismos psíquicos de las personas parecieran ser siempre más complejos?
-Mi pretensión intelectual es que mis libros puedan ser entendidos por alguien que no terminó la primaria. Y mi mayor placer es lo que compren quienes nunca antes leyeron un libro. De ahí mi esmero por simplificar conceptos.
EN VOZ ALTA
'Las personas felices no son aquellas que no tienen problemas. Son las que decidieron levantarse hoy con una sonrisa inmensa en los labios y una gran pena en el alma'
'Las penas grandes nunca se superan, y muchas veces se reactivan y hay que caminar con ellas. Pretender más que eso es darle al ser humano una omnipotencia que no tiene o anhelar un ideal que no existe'.
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