¡¡¡OLÉ TORO!!!
La hoja de periódico fue llevada por el viento aparentemente por azar, de una elegante mesa, pasando por un pequeño bosquecillo, un prado muy bien cuidado, hasta llegar a los establos.
El viento depositó el papel sobre el suelo. Decía con letras negras a cinco columnas: “Muere en accidente de tráfico el ganadero más importante de Huelva”
La foto del famoso criador de toros de lidia, ocupaba tres cuartos de la página. Los detalles del accidente eran escuetos pero reveladores; el pasado sábado en horas del tarde, el propietario de esas tierras y de los mejores toros de lidia de la península, dejó de existir: una filosa pieza de metal se había clavado en su pecho, causándole la muerte. En Higueras de la Sierra se decretó duelo y luto.
La musculosa vaca airosa, daba de lactar a su hermoso ternero: negro y de noble estampa, no era necesario ser experto en tauromaquia para predecir que ese ejemplar sería una verdadera atracción en el ruedo.
La vaca dio unos lengüetazos a su bello descendiente y se acomodó mejor para que beba su leche de pedigrí; el viento volvió a alzar el periódico y lo depositó sobre el lomo del ternero. La vaca vio el periódico y con su hocico lo apartó de su cría; al caer, quedó a las patas del torito.
El ternero apartó por un instante su hocico de las ubres y dirigió su mirada al periódico caído a sus patas. La muerte del dueño de la ganadería fue el sábado a las 16.30, minutos después del accidente, a las 16.35, había llegado al mundo él, la primera cría de la mejor vaca de la ganadería Domenich.
Por unos instantes, el ternero se quedó rígido y ensimismado en la foto que llegó a su cercanía, luego pareció desvanecerse y cayó prostrado con sus ojos en expresión de terror.
No había manera, ni la habría, de expresar su realidad. La reencarnación no era una leyenda, ni menos una mentira. El criador de toros de Huelva enfrentaría en unos años, la arena, el ruedo, las banderillas, el estoque, la sangre gratuita y la bestialidad humana.
Tal vez así entendería: Ningún ser es inmune a sus errores y pocos yerros mayores que el que cargan los humanos, al creerse dueños y señores del mundo y sus criaturas.
Gracias por este texto a
Oscar Achá Espinoza (achachila)
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