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Esta historia la protagoniza un gorrión que se introducía cada mañana en el tradicional Café de Oriente, en la plaza de mismo nombre, y permanecía allí hasta el anochecer. El pájaro era capaz de determinar, según el número de personas que entraran o salieran del local, en qué momento podría acceder al Café atravesando el umbral de las dos puertas de que dispone. Si entraba un solo cliente, una puerta se cerraba antes de abrirse la otra y el gorrión se podía quedar encerrado en los casi dos metros de separación entre ambas, por lo que sólo entraba o salía cuando las dos puertas permanecían abiertas a la par unos instantes.
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