El desenmascarador de milagros atrapado
en Finlandia
Samanthi Dissanayake
BBC
Sábado, 7 de junio de 2014
Cuando un faquir hindú declaró, en un programa de televisión en vivo, que podía matar a cualquier persona con sus cantos tántricos, Sanal Edamaruku no pudo más que retarlo.
Como ambos eran invitados en ese particular estudio en India, inmediatamente se puso a prueba la afirmación del faquir.
El canal canceló todos los programas siguientes y él empezó a cantar. Pero, con el pasar de las horas, una nota de desesperación se fue colando en sus roncas mantras.
Por su lado, Edamaruku, presidente de la Asociación Racionalista India, no mostraba ninguna señal de incomodidad y estaba lejos de la muerte. Simplemente se reía durante este atentado poco convencional (y nada exitoso) contra su vida.
Los engaños sagrados
Edamaruku es un prominente miembro de una pequeña banda de desmentidores de milagros, personas que dedican su vida a viajar por el país desmitificando ciertas creencias.
India es a menudo asociada con una espiritualidad profunda, pero los racionalistas consideran a su país como un terreno abonado para la superstición.
En la década de los 90, Edamaruku visitó cientos de aldeas en las que replicaba las aparentemente fabulosas hazañas que habían hecho famosos a algunos de los autodeclarados maestros espirituales -como la emanación aparentemente milagrosa de "cenizas sagradas" de sus manos-, demostrando que no eran más que un juego de manos.
Por ser un activista tan decidido a hacer que prevalezca la verdad, a ratos con un aire de desconcierto provocador, ha atraído críticos.
Admite que aprovechó la explosión de los canales de televisión indios que alimentaban a una audiencia fascinada por cuentos de lo extraordinario.
"¡Estuve haciendo campaña en pueblos y aldeas por tanto tiempo antes de que llegara la televisión!", le cuenta a la BBC. "A algunas personas no les gusta que aparezca en la pantalla y me vean millones de personas".
La gota que derramó la copa
Pero fue en 2012, cuatro años después de su encuentro televisado con el faquir, que un continuo goteo de agua que caía de una estatua de Cristo genuinamente puso su vida en peligro, asegura.
Inmediatamente fue declarado un milagro y cientos de devotos cristianos y otros curiosos se volcaron al santuario en un suburbio de Mumbai para observar el hipnótico goteo. Algunos hasta se tomaban las gotas.
A Edamaruku lo desafiaron a que fuera a investigar, así que fue con un amigo ingeniero y rastrearon el origen del goteo. La humedad en la pared en la que estaba montada la estatua parecía ser resultado del desbordamiento de una alcantarilla a la que le llegaba el contenido de una cañería que venía de un baño cercano.
El "milagro" no era más que mala plomería, dijo.
Entonces, la situación se puso fea.
Presentó su caso en un febril debate televisado en vivo con representantes de grupos de cabildeo católicos, mientras que afuera del estudio se congregaba una multitud amenazante armada con garrotes. Edamaruku piensa que eran matones pagados.
Para algunos católicos, la veracidad del milagro había dejado de ser relevante. Lo que importaba, decían, era que había insultado a la Iglesia católica, por alegar que había manufacturado el milagro para hacer dinero y que estaba en contra de la ciencia.
En las semanas siguientes, tres estaciones de policía en Mumbai abrieron casos de blasfemia en su contra presentados por grupos católicos bajo la notable Sección 295a del código penal de India.
Denuncias y prisión
La Sección 295a fue promulgada en 1927 para frenar las agresiones verbales en la que era entonces una colonia británica plagada de tensiones religiosas y comunitarias. Declara que insultar "deliberada y maliciosamente" a una religión se castiga con hasta tres años en prisión y una multa. No obstante, muchos dicen que frecuentemente se abusa para suprimir la libertad de expresión.
"Bajo esa ley, un policía puede arrestarme aunque no haya habido una investigación... me puede detener sin una orden de arresto y dejarme en la cárcel por mucho tiempo... es un riesgo que no quiero tomar", dice Edamaruku.
Para evitarlo, postuló para que le dieran una fianza anticipada, que impediría que la policía lo encerrara antes de que se hiciera la investigación, pero se la negaron. Al mismo tiempo -cuenta-, recibía llamadas amenazantes de policías que proclamaban su intención de detenerlo y diciéndole que a menos de que pidiera perdón, nunca se retirarían las denuncias.
Comentarios intimidantes empezaron a aparecer en un foro en línea, dice, y sus contactos en Mumbai le advirtieron que se habían enterado de que alguien había sido contratado para golpearlo en la celda si lo llevaban preso.
Los grupos católicos aseguran que no tuvieron nada que ver con ninguna amenaza que Edamaruku haya podido recibir.
Del bullicio al silencio
Edamaruku decidió adelantar un viaje que tenía programado para dar conferencias en Europa. Finlandia fue el primer país en darle una visa y tenía amigos en el círculo humanista finlandés dispuestos a ayudar.
Llegó a Helsinki una tarde de verano hace dos años, cuando las interminables horas de luz solar saturan tanto el día como la noche. Pensó que sólo se quedaría un par de semanas, hasta que amainara la tormenta que había dejado atrás en India.
No obstante, la tormenta no ha pasado. El Foro Católico Secular (CSF, por sus siglas en inglés), uno de los grupos que presentó la queja inicial, todavía insiste en que presionará para que se le lleve a juicio si alguna vez vuelve a pisar suelo indio.
Dos años más tarde, Edamaruku está enojado, amargado y desafiante. Vive en un pequeño apartamento en la esquina oriental de Helsinki y se ha visto forzado a ajustarse a un paisaje extraño. En contraste con el multitudinario bullicio de Delhi, a unos 5.000 kms de distancia, ahora puede caminar kilómetro tras kilómetro sin toparse con una sola persona.
Su amigo más cercano en Finlandia, el fundador de la Sociedad Humanista finlandesa Pekka Elo, murió el año pasado.
"Extraño a mucha gente... no poder verla me entristece".
Desde la distancia
Desde que dejó India, su hija tuvo un hijo y su madre murió.
Asiste, valiéndose de Skype, a las reuniones del consejo de la Asociación Racionalista India y cada mañana sus colegas lo ponen al día sobre las más recientes historias sobrenaturales de gurús fraudulentos. Él planea cómo tumbar sus mitos. Esa rutina le es crucial.
El cardenal Oswald Gracias de Mumbai trató de mediar apelando a Edamaruku para que ofreciera excusas y a los grupos católicos para que las aceptaran y retiraran las denuncias.
Pero Edamaruku se rehúsa firmemente a transigir en un asunto que considera como su libertad de expresión.
"No me arrepiento de nada de lo que dije", señala. "Siento que tengo todo el derecho de expresar mis puntos de vista... estoy abierto al debate y a la corrección pero no estoy dispuesto a aceptar que nadie me hostigue, a cambiar mi forma de pensar o someterme a su presión para que pida perdón".
Volver, a riesgo propio
Algunos analistas legales creen que podría arriesgarse a regresar.
Las cortes reconocen que la Sección 295a a menudo es abusada, señalan. Escritores, activistas y otros han sido arrestados y encarcelados pero la mayoría ha sido liberada bajo fianza.
Sin embargo, Edamaruku teme por su seguridad, dado el destino con el que corrió su amigo, el activista contra la magia negra Narendra Dabholkar.
"Narendra Dabholkar... me dijo que si iba a Mumbai, él y sus amigos me podrían proteger. Estaba considerando su propuesta", recuerda, refiriéndose a una conversación que tuvo el verano pasado.
Cuatro días más tarde, Dabholkar fue asesinado, un crimen que muchos creen que estuvo vinculado a su campaña contra la magia.
Así que Edamaruku pasa su tiempo recorriendo los fascinantes y sombríos bosques de Helsinki, rememorando a veces su poco convencional niñez en Kerela.
Su padre, quien al nacer lo hicieron cristiano, se convirtió en un rebelde que fue excomulgado.
Su madre lo parió bajo una fuerte lluvia tras huir de sus suegros cristianos que la estaban presionando para que se convirtiera.
Pero la familia siempre se las arregló para conciliar sus diferencias.
Los obispos católicos y los sacerdotes hindúes de su familia se sentaban a reírse de sus propias creencias en la misma mesa del comedor.
Edamaruku insiste en que no tiene remordimientos.
"Lo haría de nuevo. Porque cualquier milagro que tiene una enorme fuerza en un momento, sencillamente desaparece apenas se explica. Son como burbujas. Se pinchan y estallan".
La estatua todavía está en ese tranquilo suburbio de Mumbai. Ya no gotea.
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