miércoles, 13 de agosto de 2014

Una tarde en el zoológico

Carmen Graciela Risso





No quedaban en la familia niños, habían crecido,eran adolescentes y los grandes habían envejercido,eran personas maduras
Por momentos extrañaba la mirada infantil,las caritas sucias,los llantos,los caprichos,el cariño y tantas otras cosas...
Cuando me sentía muy solo decidía ir al zoológico ahí encontraba una plaga de niños
Observaba unos y otros, sus ropitas, actitudes,sus alegría, el asombro frente a los grandes animales,la manera de engullir la pizza y gaseosa sentados en el barcito ambulante del zoológico
Esa tarde soleada del mes septiembre
con mis sesenta años
los miraba salir felices y entrar ansiosos 
me compré un balde de pochoclos porque mi rostro y articulaciones cantaban mi edad ,no así mi corazón que seguía siendo joven ,con el no había podido el paso del tiempo
Mientras llevaba a la boca un manojo de pochoclos deliciosos acaramelados, fijé la vista en un solitario niño,apoyado en la baranda de la jaula de los leones, enjugando sus lágrimas con la manga del pullover.
Me acerco y le ofrecí un pañuelo descartable,el niño lo aceptó y agradeció
No sabía como preguntar que le sucedía,no hizo falta,el niño comenzó a indagarme
Quedé inmovilizado frente a sus cuestionamientos...
Tenía razón el pequeño ¿a quién le interesaba cuánto dejaban en el camino los animalitos para agradar con su lucimiento?
Tal vez una mamá,un hijo,un hermano,su lugar de origen,sus costumbres ,para exhibirse en la pasarela de ese zoológico que los tiene atrapados sin poder decidir. 
Decia que cuando fuese grande construiría un “humalógico” donde posaran en cubiculos ,jaulas o extrechos lugares todo tipo de humanos, de distintas edades,naciones,colores,culturas para exponerlos a los animales.
M e gustó la palabra”humalógico”,me hizo gracia y a la vez me entristeció
Toqué la cabeza del niño en un gesto cariñoso y le respondí ; Espero que cuando seas grande no exista ni el zoológico ni el “humalógico” asi todos puedan gozar del don tan preciado de la Libertad.
La señora del barcito lo llamaba 
El niño me dio un beso y corrió hacía la señora para ayudarla a atender el barcito ambulante del zoológico.




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