Morir por el medio ambiente
AP - 29/06/2012
En todo el mundo, defender la ecología puede ser mortal y parece ser que esta tendencia está aumentando en América Latina
AP
Chut Wutty fue asesinado por un policía militar en abril, mientras investigaba la tala ilegal en uno de los últimos grandes bosques de Camboya
Según sus partidarios, Chut Wutty era uno de los pocos activistas que quedaban en Camboya lo suficientemente valientes como para luchar contra la masiva deforestación ilegal realizada por los poderosos. El ambientalista fue asesinado a tiros por un policía militar en abril, mientras investigaba la tala ilegal en uno de los últimos grandes bosques del país.
Nisio Gomes era el jefe de una tribu brasileña que lucha por proteger su tierra de los ganaderos. Hombres enmascarados le dispararon en noviembre. Subieron su cuerpo rápidamente a una camioneta y no ha sido visto desde entonces.
En todo el mundo, dar la cara por el medio ambiente puede ser mortal y parece ser que esta tendencia está aumentando.
Tendencia en crecimiento
Quienes llevan la cuenta de los asesinatos de activistas ambientales dicen que los números han aumentado drásticamente en los últimos tres años.
Una razón, advierten, puede ser que han mejorado sus métodos de búsqueda de la información, pero también creen que el creciente número de víctimas es una consecuencia de la intensificación de la lucha por los disminuidos suministros de recursos naturales, especialmente en América Latina y Asia.
Los asesinatos han ocurrido en por lo menos 34 países, desde Brasil hasta Egipto, tanto en países desarrollados como en desarrollo, según un estudio de The Associated Press con base en datos y entrevistas.
Un informe publicado a mediados de junio por la organización Global Witness, con sede en Londres, dijo que más de 700 personas —más de una por semana— murieron en la década que terminó en 2011 “en la defensa de sus derechos humanos o los derechos de otros, relacionados con el medio ambiente, específicamente la tierra y los bosques”.
Fueron asesinadas, dice el grupo de investigación ambientalista, durante protestas o investigaciones relacionadas con minería, tala, agricultura intensiva, represas hidroeléctricas, desarrollo urbano y caza furtiva.
El número de muertos llegó a 96 en 2010 y a 106 el año pasado, dijo el informe, que fue difundido mientras los líderes mundiales se reunieron en Río de Janeiro para una conferencia sobre el desarrollo sostenible.
Los totales anuales del informe, que cubre los últimos seis años, van de 37 en 2004 a 64 en 2008.
Más de tres cuartas partes de los asesinatos contados por Global Witness ocurrieron en tres países sudamericanos: Brasil, Colombia y Perú. Otras 50 muertes ocurrieron en Filipinas. Todos estos países tienen luchas sangrientas por el derecho a la tierra, entre grupos indígenas y grandes intereses comerciales.
Las cifras de Global Witness son mucho más altas que las que Bill Kovarik, profesor de comunicaciones en la Universidad de Radford, en Virginia, ha estado recopilando información desde 1996. El se ha centrado en los asesinatos de líderes ambientales y no incluye las muertes durante protestas que incluyó el informe de Global Witness. Kovarik, sin embargo, también ha notado un aumento sustancial: de ocho en 2009 a 11 en 2010 y 28 el año pasado.
“Durante muchos años los regímenes intolerantes como Rusia y China y las dictaduras militares toleraron a los ambientistas. Era lo único que se podía hacer de forma segura, hasta que algunos cruzaron a la esfera política”, dijo Kovarik.
“Ahora el ambientismo se ha convertido en una peligrosa forma de activismo y eso es relativamente nuevo”, agregó.
Activismo peligroso
Tanto Kovarik como Global Witness creen que hay aún más asesinatos de los reportados, especialmente en países relativamente cerrados, como en Mianmar, Laos y China. Global Witness dijo que hay una “alarmante falta de información sistemática sobre las muertes en muchos países y no hay un seguimiento especializado a nivel internacional”.
Entre los muertos del año pasado estuvo el cura Fausto Tentorio, un sacerdote católico italiano que luchó contra las empresas mineras para proteger las tierras ancestrales de la tribu Manobo, en el sur de Filipinas. Conocido cariñosamente como “el padre Pops”, fue enterrado en un ataúd hecho de un árbol favorito de caoba que él mismo plantó.
En Tailandia, donde al menos 20 ambientalistas han sido asesinados en la última década, siete sicarios recibieron US$ 10 mil a cambio de matar a Thongnak Sawekchinda, un activista veterano en contra de las contaminantes fábricas de carbón en su provincia, cerca de Bangkok. Aún no han sido detenidas las figuras poderosas que se cree ordenaron su asesinato.
En los países en desarrollo, los activistas más audaces y más numerosos han entrado en conflicto agudo con gobiernos y sus compinches o empresas locales y extranjeras, algunas de ellas con bajos estándares ambientales y éticos. Estos tratan de “industrializar” las áreas donde la población local tiene derechos por tradicion y no están definidos claramente por las leyes modernas.
“Es una paradoja conocida de que muchos de los países más pobres del mundo son la fuente de los recursos que impulsan la economía mundial. Ahora bien, a medida que se intensifica la carrera para asegurar el acceso a estos recursos, la gente pobre y los activistas se encuentran cada vez más en la línea de fuego”, dijo Global Witness.
Julian Newman, de la Agencia de Investigación Ambiental, con sede en Londres, dijo que los asesinatos empeorarán porque uno de los focos clave —la propiedad de la tierra— enciende pasiones poderosas.
“Para la gente que busca proteger sus tierras y bosques es algo muy personal. Sufren cuando se enfrentan con fuerzas influyentes, que tienen protección, sea la Policía de Indonesia o los matones en China”, dijo Newman.
Sin rastro
Están siendo reportados asesinatos selectivos, desapariciones de personas cuya muertes se confirma posteriormente y muertes de personas durante su arresto o en medio de enfrentamientos con las fuerzas de seguridad. Los responsables suelen ser soldados, policías o guardias de seguridad privada que actúan en nombre de las empresas o los gobiernos. Las investigaciones fidedignas son raras. La detención, juicio y condena de los responsables aún más.
“Es muy fácil hacer que alguien sea asesinado en varios de estos países. Decapitar al líder del movimiento y luego comprar a todo el mundo. Ese es un procedimiento operativo estándar”, dijo Phil Robertson, subdirector de Human Rights Watch para Asia.
Los países donde son más comunes los asesinatos de ambientalistas comparten algunas similitudes: unos cuantos poderosos, con fuertes vínculos con los círculos oficiales, y una mayoría pobre y marginada que depende de la tierra o los bosques para subsistir, junto con movimientos activistas fuertes que son más propensos a informar de la violencia.
Los grupos ecologistas dicen que es momento de construir una amplia base de datos de esa violencia y montar campañas unificadas.
“En Asia ha habido un aumento desde hace algunos años, pero hasta hace poco esto estaba fuera del radar de las organizaciones no gubernamentales internacionales”, dijo Pokpong Lawansiri, director para Asia de la organización Front Line Defenders, con sede en Dublín. “Los defensores de los derechos políticos por lo general tienen nexos internacionales, pero los ambientales son a menudo profesores, líderes comunitarios y campesinos, así que tienen poco perfil”.
Robertson exhortó a los ambientalistas del mundo a seguir “una estrategia de perseverancia, como la olas. Pueden ser pequeñas e irregulares, pero siempre van a seguir llegando”.
“Sin esa preocupación e ira constantes, las cosas no van a cambiar. Los gobiernos y las compañías apuestan a ganar tiempo y para la mayoría de las víctimas y sus familias, el tiempo no está de su lado”, dijo.
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